Según el circunspecto lenguaje de la Real Academia de la Lengua Española, envidia es la tristeza o pesar que nos produce el bien ajeno. Vale decir, la desazón mezquina que nos ocasiona el que a otro le vaya bien, cualquiera sea el terreno de sus éxitos. Envidiamos los bienes materiales de otros, los triunfos deportivos ajenos, las conquistas masculinas o femeninas que nos son esquivas, el ascenso social, la fina estampa, las buenas notas del mejor alumno.
Pero donde la envidia campa por sus respetos es en el estrecho mundo de la política. Casi todos los políticos envidiamos o somos envidiados por otros políticos. De modo que, muchas veces, las discrepancias y los combates, antes que cuestiones ideológicas, expresan este oscuro sentimiento.
En los citados términos del diccionario, la envidia es un sentimiento pasivo, casi inofensivo. De lo que cabe deducir que solo daña y atormenta al envidioso y deja impávido al envidiado. El problema surge cuando aquel sentimiento se pone en contacto con acciones u omisiones que emanan del envidioso y tienen por blanco al envidiado. Me referiré aquí a dos de estas acciones, ambas muy comunes, diría que desde siempre, en la vida política salteña.
La primera es la Institución del Tarro que, lamentablemente, no viene definida por los diccionarios de regionalismos más conocidos. Tarrear, en salteño básico, significa juntar hechos reales o inventados con el único propósito de descalificar al tarreado. Si un señor está a punto de acceder a una candidatura o a un ministerio, los agentes del tarreo lanzan rumores, confeccionan carpetas de recortes, escriben anónimos, tratan de llegar a las más altas esferas en su designio de descabalgar al envidiado.
Están los tarreadores solitarios, pero existen también verdaderas unidades expertas en el difícil arte de desprestigiar, tachar e injuriar al adversario de turno. Y digo al adversario, pero debo corregirme pues la Institución del Tarro se aplica, bien es verdad que silenciosamente y por la espalda, respecto de amigos que van camino de conquistar algún éxito.
En tiempos donde los bienes y premios políticos se discernían en Buenos Aires (y pienso en los años de Onganía donde Salta era gobernada por Interventores Federales), varias unidades de tarreadores profesionales procuraban impedir determinados desembarcos.
En nuestros días, la Institución del Tarro mantiene toda su vigencia y es cultivada no solo por los de mi generación, sino por quienes siendo jóvenes por edad han heredado las viejas mañas.
La segunda acción que canaliza el sentimiento de envidia, es la inclusión del envidiado en algunas de las tantas Listas Negras. Aquí los poderosos de turno y sus epígonos, deciden privar del pan y de la sal a sus envidiados. La Institución sirve para descabalgar a adversarios reales o imaginarios, tanto como para sancionar rivalidades incluso amorosas. Se trata de impedir que el enviado crezca, avance e incuso que opine. Quienes tienen la llave de la lista no quieren sombras ni amenazas.
(Para FM Aries)
No hay comentarios:
Publicar un comentario