Los valores republicanos y democráticos se expresan de muchas maneras. Se expresan, por ejemplo, en la conducta pública y privada de quienes gobiernan, tanto como en el accionar de los ciudadanos.
Cuando el comportamiento de nuestros gobernantes se analiza desde esta doble óptica, suele ser habitual encontrar desajustes notables. Los hay quienes identifican el cargo que desempeñan con su persona y su apellido (sucede en casi todas las Intendencias de nuestra Provincia). Otros insertan sus nombres en placas de bronce buscando la inmortalidad. No faltan quienes aprovechan las esquelas fúnebres para blasonar de contactos directos con el Altísimo. Montar cenas monárquicas en Las Costas es tentación a la que han sucumbido sus dos últimos moradores. Otros toleran que vecinos desesperados bauticen barrios con el nombre de algún poderoso o de sus parientes cercanos, con la secreta esperanza de que por esa vía lleguen el agua y otros servicios esenciales.
Cuando, tras una maniobra absolutista, el poder hegemónico reformó la Constitución de Salta para admitir varias reelecciones, esa latente tentación autoritaria de clara raigambre principesca oriental, encontró un cauce propicio.
La adhesión incondicional de los incondicionales y la obsecuencia de los obsecuentes, hacen el resto generando un régimen personalista que incomoda a las sensibilidades republicanas.
Asistimos a un panorama esperpéntico donde el otorgamiento de las ayudas a los necesitados se aprovecha para montar actos y mensajes ideados para mayor gloria y honra del gobernante de turno.
No estaría mal que alguien, con vistas a las próximas elecciones, confeccionara una suerte de test republicano a través del cual se interrogue a los candidatos acerca de sus preferencias simbólicas y se procuren compromisos de futuros comportamientos sobrios en caso de resultar electos.
Añadiré que ha cundido en Salta el uso de fotografías institucionales en donde la hierática imagen del primer mandatario preside la actividad (a veces escasa) de las oficinas públicas. Se trata de una costumbre extrapolada de países en donde la figura del Jefe del Estado está nítidamente separada de la del Jefe de Gobierno.
Aun cuando pudieran ponerse reparos a la entronización de un simple jefe de gobierno, creo que se trata de una costumbre razonable. Que debería completarse con la instauración regular y reglada de otra costumbre europea: las galerías de retratos de gobernadores y demás dignatarios democráticamente legitimados.
Sería, quizá, una forma de poner de manifiesto que antes del gobernante contemporáneo existieron otros. De hacer recordar a magistrados y ciudadanos que la historia no comenzó con el actual Gobernador. Serviría también para evocar la finitud y la volatilidad del poder, aun a riesgo de amargar las mañanas de quién se sueña único o de quién detesta a su antecesor.
(Para FM Aries)
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