A quienes estamos inmersos en este frenético devenir de las horas no nos resulta fácil percibir los cambios. Esta dificultad es superlativa cuando, como es el caso de las generaciones contemporáneas, la humanidad vive un cambio de época.
Esta breve introducción me sirve, no para ahondar en este apasionante asunto, sino para referirme a la reciente cena que reunió a los abogados salteños con motivo de celebrar su día y, también, de honrar la memoria de Juan Bautista Alberdi.
Asistí a esta cita anual de los abogados tras 36 años de ausencia, ya que mi última participación en este tipo de eventos había ocurrido en el lejano 1974.
En este período, al menos a juzgar por el eco de las cenas anuales, el número de quienes participan en la fiesta alberdiana se ha multiplicado por 3 o por 4, como se ha multiplicado el ir y venir de abogados por los pasillos de tribunales.
Todo hace presumir que, a consecuencia de esta suerte de masificación, las relaciones entre colegas tienden a perder la intensidad de otros tiempos. Al tiempo que revelan una notoria feminización de la matrícula. Piénsese que, cuando ingresé al Colegio de Abogados de Salta, en el más lejano 1964, el número de abogadas era casi insignificante, más allá de la presencia de algunos talentos jurídicos femeninos.
Mientras el vestir informal gana adeptos en los pasillos de la Ciudad Judicial, en abierto contraste con la mayoritaria elegancia clásica de los años 60, la cena de este año fue un pretexto para que los abogados salteños exhibieran sus galas y sus elegancias. Sobre todo las damas, hábiles en las artes de exaltar su belleza y, si tercia, disimular sus rasgos menos agraciados.
Los sobrios escenarios setentistas han sido reemplazados por salones enormes, inundados de luz y de cristales, de sillas y mesas engalanadas como para casamientos de campanillas, de pantallas gigantes que desde el vamos irradian música moderna.
También a diferencia del pasado, ha cundido la costumbre de que abogados y abogadas asistan a la cena con sus cónyuges o parejas formales. Y de que, además, los profesionales inviten a sus empleados y colaboradores. Téngase en cuenta que, en mis tiempos, un cierto elitismo desaconsejaba estas prácticas, a punto tal que ni siquiera los pasantes de pluma eran invitados.
Es que además de aquella suerte de orgullo corporativo, las cenas anuales de los abogados eran oportunidad para que algunos tiraran canas al aire y otros, los más jóvenes y audaces, aprovecharan la ocasión para ligar o para seducir a algunas de las pocas colegas que se aventuraban en los restaurantes decadentes de entonces.
Siendo que, como queda dicho, las damas escaseaban, las cenas terminaban invariablemente con contactos inter sexuales en otros ámbitos. En las noches del 30 de agosto, los abogados salteños llenábamos los cabarets, inundábamos las boîtes, y colapsábamos los recintos más íntimos de la esquina de Acevedo y Fernández.
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