Aunque en
Salta estas demandas no han alcanzado aún un peso determinante, hay indicios de
que el régimen que nos gobierna desde Olivos y Las Costas no sintoniza con las
nuevas exigencias cívicas.
Aumentan los
salteños que reclaman reformas institucionales profundas. Cambios que terminen
con los abusos; que arramblen delirios monárquicos; que garanticen una justicia
independiente, eficaz y al alcance de todos; que pongan fin al centralismo que
concentra el poder y lo aleja de las personas; que federalicen las
estadísticas; que liquiden un régimen electoral tramposo que fabrica mayorías
artificiales y condena a la insignificancia a las minorías.
La responsabilidad del unitarismo
Pero aun
cuando los salteños, tras la cita electoral de 2015, comenzáramos las reformas
democratizadoras, nuestro anhelo colectivo de una Salta justa y próspera en la
que todos convivamos en paz y libertad, seguiría lejano.
Por una razón
muy simple: Nuestro actual descontento -generado por altos niveles de pobreza,
violencia y desgobierno, por carencias en materia de educación, urbanismo,
salud, ambiente y seguridad-, guarda estrecha relación con el proceso que,
violando la Constitución y los Pactos, convirtió a la Argentina en una
república unitaria.
Salta no es dueña de su riqueza
Nuestra
producción y nuestro trabajo resultan lastrados por una fiscalidad que
desalienta el empleo decente, paraliza el desarrollo y articula un país que acumula
poderes y riquezas en el centro donde radican, industrias, infraestructuras y oportunidades.
Cuando me
refiero a la fiscalidad pienso no solo en los impuestos coparticipables sino en
todas las vías a través de las cuales la Nación expropia a las Provincias. Tal
es el caso del impuesto a las transacciones bancarias, o de las retenciones a
las exportaciones de alimentos y combustibles. Pienso también en el impuesto
inflacionario que ahoga a nuestros hogares y somete a las instituciones
locales, y -como no- en el unitarismo que preside la política monetaria.
A su vez,
las reglas que organizan tanto la explotación de gas y petróleo en suelo
salteño, como la producción de biocombustibles y de energías alternativas, no
satisfacen nuestros intereses, y están amenazadas de reformas unitarias que
avanzan ante la inexplicada pasividad del Gobernador Urtubey.
La
centralización del comercio exterior perjudica señaladamente a una provincia
como Salta que, pese a su estratégica ubicación internacional, encuentra
dificultades para colocar su producción en el exterior y para abastecerse de
insumos importados. Desde Buenos Aires se protege o se abren fronteras mirando los
intereses del centro, no los del norte argentino. Precisamos abatir este
proteccionismo asimétrico, y desplegar una política comercial exterior activa y
autónoma.
Empleo y relaciones laborales
El empleo en
Salta tiene las limitaciones que ha revelado Jorge Paz. Superarlas, exige
medidas de ámbito local y recuperar el control de los impuestos que retiene la
Nación. Sin embargo, la decisión más importante radica en la construcción de una
red de formación profesional en sintonía con la producción de alimentos,
combustibles, minerales y servicios, y en la necesidad de preservar y mejorar
las singularidades de nuestro modelo de familia.
Las
relaciones colectivas de trabajo están presididas por la misma dinámica unitaria.
Una lógica que ha convertido a los sindicatos locales en meras sucursales de
los vértices porteños, y a los empleadores en convidados de piedra en la
fijación de las condiciones de trabajo. Por tanto, federalizar la negociación
colectiva y la acción sindical es también una exigencia de futuro.
La grave crisis de la educación salteña
Entender el
pobre desempeño de nuestra educación requiere cuestionar el doble centralismo
que, desde el Palacio Pizzurno y desde el Gran Bourg, priva a la escuela de
espacios de autogestión, empobrece contenidos, impide promover cambios
culturales, permanece impávido ante la violencia y la ruptura del pacto entre
la escuela y la familia, impone itinerarios alejados de la realidad regional, y
ha destruido la carrera docente. Aquí, como en casi todos los problemas que
arrastramos, las soluciones pasan por recuperar para la Provincia competencias
políticas y de gestión.
Producir y distribuir
¿Por qué
razón Salta debe soportar en silencio la política agropecuaria e industrial impuesta
por el Poder Ejecutivo Nacional? Se impone rechazar esta deriva unitaria y
reivindicar para la Provincia el poder de regular la producción de alimentos y
combustibles.
Corresponde
a los salteños decidir qué, cómo y cuánto producir en función de los mercados
internacionalizados. Somos nosotros quienes habremos de aprobar incentivos,
gravámenes, salvaguardas ambientales, y vías de distribución de la riqueza
producida. Apelando, cuando proceda, a la planificación prevista en la Constitución
Provincial.
Para
eliminar la pobreza y fomentar la inversión y el empleo, así como para
compensar impactos sobre el ambiente y las futuras generaciones, los gravámenes
a la producción de alimentos y combustibles han de ser decididos y percibidos por
las provincias productoras.
Federalismo político
La reforma
constitucional de 1994, más allá de notables avances federalistas, contiene un
sesgo unitario: El remplazo del Colegio Electoral como ámbito de elección del
Presidente de la Nación, por el voto directo en régimen de distrito único. De
aquí, y de otros factores, provienen el protagonismo de los Intendentes del
cono-urbano bonaerense y la simétrica pérdida de peso político de las
provincias históricas.
El giro federalista
de Salta incluye exigencias para que la Nación resguarde nuestras fronteras y cierre
caminos al narcotráfico. Y, por supuesto, comprende la descentralización provincial
que ponga fin al unitarismo con eje en la ciudad capital.
Es cierto
que nuestra historia registra ciclos de justificada tolerancia a la deriva
unitaria. Ocurrió durante las guerras por la independencia y otras emergencias
que imponían sacrificios a las provincias en beneficio de la Nación. En otros
momentos era difícil hablar de federalismo cuando dependíamos de la ayuda
nacional para subsistir.
Pero las
cosas han cambiado de raíz. Salta tiene una enorme riqueza potencial, y está
cultural, intelectual y políticamente madura para asumir responsabilidades de
autogobierno. Por consiguiente, sin razones para continuar tolerando el centralismo
que nos ahoga y expropia, ha llegado la hora de remplazar al caudillo unitario
por un Programa Democrático y Federalista.
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