Las ideas centrales de los autodenominados progresistas argentinos sucumben en los estrechos márgenes del híper-nacionalismo y de la dogmática peronista de los años 40.
El respeto que estas ideas, como todas las ideas, me merecen no es argumento para inhibir la crítica constructiva.
Lejos de mi la intención de descalificar posiciones o de abrir en el reducido espacio de esta columna aquel imprescindible debate.
Pretendo solamente enfatizar en la necesidad de mirar por encima de nuestras fronteras, no para imitar, sino para completar nuestras herramientas analíticas y para enriquecer nuestras mentes.
Cuando, por razones de afinidad cultural, observo a los españoles, de izquierda y de derecha, debatir acerca de su futuro, y arriesgo una comparación con la vida política argentina, me invade un cierto desaliento.
En el último debate sobre el “estado de la nación”, el Presidente Zapatero sorprendió a la opinión pública con un preciso programa reformista para transformar una economía centrada en la industria de la construcción, en una economía moderna de alta productividad, condición inexcusable para derrotar el desempleo y consolidar el Estado del Bienestar.
Las ideas de las principales fuerzas políticas y sindicales españolas no apuntan a estatizar empresas ni a desarticular la libertad económica, sino a encontrar los caminos para construir una economía más competitiva, centrada en la productividad, en la responsabilidad y en la equidad.
Por supuesto que, por encima de estos consensos (anclados además en el texto de la Constitución Española), existen discrepancias notables, como la que separa a políticos y expertos acerca del costo del despido laboral. Pero aún en este caso, el debate es constructivo, fundado, y apasionante.
(Para FM Aries)
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