Una crisis global como la actual, es vivida por las opiniones públicas nacionales de modo diferente. La información sobre la tormenta económica va siendo asimilada de modo desigual, en un recorrido que avanza del centro a la periferia y desde las elites al pueblo llano.
Esta asimetría informacional incide grandemente sobre las decisiones que los gobiernos, las empresas y las familias toman para guarecerse de la crisis.
Quienes están en el centro de los acontecimientos y quienes tienen acceso rápido o instantáneo a los datos, disponen de las mejores oportunidades para capear el temporal.
Sin embargo, los efectos dañinos de la distancia geográfica o del déficit informativo pueden ser paliados por un liderazgo cargado de lucidez, por el talento de la clase dirigente, o por una ciudadanía políticamente culta.
Con todas las reservas del caso, debo decir que me invade la sospecha de que quiénes ocupan el vértice del poder en nuestra República interpretan mal los acontecimientos mundiales, leen la realidad con las anteojeras de su singular ideología y, para colmo de males, reaccionan tarde.
Pero no es mi intención abundar en reflexiones sobre las palabras o los actos del matrimonio gobernante.
Pretendo, más bien, analizar desde un punto de vista -si se quiere teórico- los comportamientos básicos que los dirigentes (políticos, sociales o empresariales), suelen tener frente a todo tipo de crisis.
Una primera respuesta es aquella que privilegia el instinto de supervivencia. Anonadados por los acontecimientos, los líderes niegan la evidencia, se encierran en si mismos, miran para otro lado y prenden velas para que amaine el temporal.
Una variante de este modelo consiste en encontrar demonios, vecinos o lejanos, y trasladarles todas las responsabilidades. Cunde entonces el fatalismo y la sociedad se paraliza impotente.
Una segunda actitud, que llamaría “defensiva”, se circunscribe a decisiones que procuran atenuar los efectos mas evidentes, inmediatos o políticamente perjudiciales de la crisis.
La tercera, que requiere un liderazgo democrático de alta lucidez, consiste en imaginar primero como serán el mundo, la empresa y las naciones una vez que se haya reencontrado la senda del crecimiento económico; para, después, orientar y preparar a todas las fuerzas de la comunidad con vistas al día después.
Los discursos oficiales salteños no me permiten deducir cuál de estas tres actitudes es la que inspira a nuestro Gobernador. Mucho me temo que ante un liderazgo ausente o vacilante recaigamos en ese pesimismo ancestral que late en la Salta profunda.
Salta, 10 de noviembre de 2008.
(Para FM Aries)
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