Los vecinos del céntrico barrio Hernando de Lerma se movilizan en defensa de su derecho a vivir en paz y en contra de quienes, contraviniendo normas legales y de convivencia, ejercen allí la prostitución en la vía pública.
No es mi intención entrar aquí en los detalles legales ni sociales de este caso.
Pretendo, por el contrario, recordar antiguas preocupaciones de ilustres salteños a propósito de la prostitución y constatar algunos cambios en ciertos discursos políticos.
En los años treinta, el Presidente de facto, José Uriburu dio al jefe de la policía federal los poderes suficientes para desarticular la poderosa ZWI MIGDAL que, muy probablemente, tejió redes en Salta.
Unos años mas tarde, el senador Carlos Serrey (con casa solariega en La Caldera) protagonizó los debates de las leyes que prohibieron el establecimiento de casas de prostitución y regularon medidas de profilaxis de las enfermedades venéreas.
Por esa misma época, una emigrante polaca de nombre María inauguró en Salta una cotizada casa dedicada a los placeres del sexo, a la que asistían distinguidos señores de la época.
Las poderosas influencias políticas, la estratégica ubicación en los arrabales, la discreción y las buenas maneras de la madama, sus pupilas y sus clientes garantizaron larga y pacífica existencia a la casa, más allá de uno que otro incidente resonante.
En la sesión del 18 de setiembre de 1936, el culto senador Serrey refería la existencia de tres modelos legislativos sobre la prostitución:
§ El reglamentarista, que autoriza el funcionamiento de los lupanares sometiéndolos a inspecciones sanitarias.
§ El abolicionista, que prohíbe su funcionamiento, y
§ El prohibicionista, que penaliza a quienes ejercen la prostitución y a sus cómplices.
El moderado senador salteño se declaraba abolicionista, negando que la autorización de prostíbulos vigilados sirviera para defender la salud pública.
La posición de Serrey tuvo, además, la virtud de concitar un amplio consenso dentro del arco político de entonces que incluyó a socialistas y católicos.
Un líder socialista de entonces decía “La reglamentación de los prostíbulos es la causa principal de la trata de blancas, la degeneración del hombre y con ella la esclavitud de la mujer. El prostíbulo es la escuela del vicio y del proxenetismo y la causa principal de la difusión de las enfermedades venéreas”.
En los años sesenta, mis convicciones jurídicas juveniles se vieron sacudidas cuando, al visitar por primera vez una casa donde los varones compraban los favores de las mujeres, divisé detrás del mostrador, expendiendo bebidas, nada menos que al Jefe de Moralidad de la Policía de la Provincia.
Desde entonces todo ha cambiado.
La liberalización de las costumbres modificó las formas de iniciación sexual. La igualdad entre el hombre y la mujer mutó formas tradicionales de relación. La píldora hizo lo suyo. Y nuevos criterios dieron carta de ciudadanía al uranismo y a otras alambicadas preferencias sexuales muy en línea con las que inmortalizó el Barón de Charlús.
Entre estos cambios, hay uno que merece mi atención al cierre de esta nota:
Mientras que en el siglo pasado las fuerzas progresistas se encolumnaron mayoritariamente alrededor de las tesis abolicionistas, en la Salta contemporánea autodenominados progresistas parecen preferir la reglamentación de este negocio, cuando no la simple tolerancia, la inacción del Estado y, en cualquier caso, la postergación de los derechos de los vecinos en aras de un erróneo “liberalismo social”.
Salta, 10 de septiembre de 2008
(Para FM Aries)
No hay comentarios:
Publicar un comentario